Rompiendo moldes, abriendo caminos

He construido gran parte de mi vida profesional en espacios donde históricamente las mujeres hemos sido minoría. Primero en la Escuela de Ingeniería de la Universidad Católica, luego en sectores tradicionalmente masculinos como el mercado financiero y la minería. Entornos áridos, exigentes, que durante años parecieron diseñados para otros, no para nosotras.
Recuerdo el miedo que sentí al dar ese primer paso. Atreverse a entrar a un mundo desconocido nunca es fácil. Venía de un colegio de niñas, de una familia de muchas hermanas y primas, donde los hombres eran minoría. Llegar a ese “club de Toby”, como se sentía entonces la escuela, fue todo un salto al vacío, fundado en una decisión consciente, nacida del interés, la pasión por resolver problemas complejos, y la convicción de querer ser parte de este desafiante entorno.
Mi paso por la universidad resultó ser menos intimidante de lo que imaginaba. Aunque éramos pocas mujeres, nunca sentí que eso me restara valor ni oportunidades. Forje amistades entrañables, compartí con mis compañeros no solo estudios y trabajos, también desafíos, paseos, risas y preocupaciones. En ese entonces no hablábamos de paridad ni enfoque de género, tampoco de sororidad; simplemente éramos parte del grupo. La escuela era un espacio mayoritariamente masculino, no por exclusión deliberada, sino más bien por una inercia histórica. Para muchas de nosotras, esos años fueron una verdadera escuela de vida, que aún hoy me permite desenvolverme con naturalidad y confianza en entornos diversos, reconociéndome como par y aportando desde mi autenticidad.
Esa experiencia me preparó para una vida profesional donde los desafíos no han sido escasos. Porque cuando una mujer decide avanzar en un rubro con baja participación femenina, no solo debe demostrar conocimientos y liderazgo: también debe enfrentar estereotipos que llevan siglos grabados en la piel de la sociedad… y muchas veces, también en la nuestra.
Estos desafíos que trascienden lo técnico, muchas veces implican hacerse espacio en lugares donde históricamente no hemos estado presentes y donde nuestra presencia aún incomoda a algunos pocos. Además, debemos conciliar exigencias laborales intensas con un sistema que sigue depositando en las mujeres la mayor parte de las responsabilidades familiares y de cuidado.
Hoy tengo la convicción de que los cambios profundos se logran desde dentro. No desde la queja, sino desde la acción. Cada vez que participamos, lideramos, enseñamos o decidimos con claridad y convicción, vamos modificando las reglas no escritas. Lo que antes parecía extraño, hoy comienza a ser habitual. Y así, abriendo camino, vamos transformando industrias enteras.
Estoy convencida de que sumar más mujeres en sectores estratégicos como la minería o la ingeniería no es solo una cuestión de equidad, es una oportunidad concreta para mejorar la toma de decisiones, fortalecer culturas organizacionales y generar impacto real en la sociedad. Pero para que eso ocurra, debemos trabajar mucho antes de la etapa laboral: en la raíz misma de las decisiones vocacionales.
Mucho se ha hablado del “techo de cristal” que limita el desarrollo de carrera de muchas profesionales. Pero poco se discute aún sobre el “suelo pegajoso”, ese fenómeno silencioso, conjunto de creencias, sesgos y estructuras, que desde edades tempranas condiciona las elecciones vocacionales de niñas y jóvenes. No se trata de falta de talento. Se trata de cómo socializamos, orientamos y condicionamos las decisiones desde el inicio. No es que no puedan; es que muchas veces ni siquiera consideran ciertas opciones como posibles. Por eso es tan importante visibilizar historias distintas, mostrar que hay muchos caminos posibles y que todas las niñas merecen tener las herramientas para elegir con libertad. Esa
es precisamente la misión que llevamos adelante miles de voluntarias de Inspiring Girls, en Chile y en todo el mundo: llegar a tiempo, antes de que las barreras se levanten, para decirles a las niñas que pueden ser lo que quieran ser.
Romper moldes es solo el primer paso. Abrir caminos para otras, acompañarlas, mostrarles que se puede… ese es el verdadero legado. Porque cuando una mujer lidera, innova, inspira, enseña o transforma, no solo cambia su historia: también cambia el horizonte para muchas más.