Maternar y liderar: culpas, equilibrio y valentía. Por Karen Valdivia

Karen Valdivia | Gerente de productos digitales y está dentro de la categoría de 50 mujeres líderes en TI
Hay mañanas en las que el éxito profesional pesa más que cualquier logro. No por su exigencia, sino por la culpa que se arrastra detrás. Esa culpa que no tiene rostro, pero que aparece con fuerza cuando una hija llora al dejarla en el jardín o cuando una videollamada importante coincide con la fiebre de la guagua. No tiene nombre, pero todas sabemos cómo se siente. Nos atraviesa.
Maternar y liderar es caminar en una cuerda floja. No porque nos falte capacidad o determinación, sino porque la estructura no fue hecha para nosotras. Se espera que lideremos como si no tuviéramos hijos y que criemos como si no tuviéramos carrera. Que seamos empáticas pero firmes. Cercanas pero productivas. Que no se nos note ni el cansancio ni la leche derramada en la blusa antes de una reunión.
En los espacios donde se toman decisiones, aún hay silencios incómodos cuando hablamos de conciliación, permisos postnatales o corresponsabilidad. Muchas veces, ser madre en esos entornos se percibe como una debilidad, un “riesgo” para el negocio. Pero lo que nadie dice en voz alta es que, al maternar, también entrenamos habilidades que sostienen cualquier liderazgo: la capacidad de priorizar, de contener, de improvisar, de tomar decisiones difíciles con ternura y determinación.
Equilibrar no es tener todo bajo control. Es elegir, cada día, con lo que hay. A veces será quedarse un poco más en el trabajo. Otras, apagar el computador para acompañar una pesadilla nocturna. Y en cada elección hay valentía. Porque liderar no es solo tener un cargo. Es atreverse a estar en lugares donde aún no están pensadas para nosotras. Es abrir espacios, hablar desde la experiencia, incomodar con honestidad y, sobre todo, no negociar con nuestra maternidad.
Pero esto no puede seguir siendo un esfuerzo únicamente individual. En Chile, solo el 49% de las mujeres participa en el mercado laboral, y muchas abandonan sus carreras tras convertirse en madres. Según datos del INE, el 97% de quienes toman el postnatal parental son mujeres, mientras que la corresponsabilidad aún es más aspiracional que real. Y la pregunta es: ¿dónde están las políticas que respalden de forma efectiva esta doble jornada de maternar y liderar?
La transformación no puede recaer solo en las mujeres. Es momento de que el Estado, las empresas y las instituciones educativas asuman su parte. Se necesitan políticas públicas que no solo incentiven la participación femenina, sino que reconozcan la maternidad como una dimensión legítima y poderosa del liderazgo. Flexibilidad horaria real. Beneficios de salas cuna para cuidador ya sea padre o madre. Licencias paternales obligatorias e irrenunciables. Medición de brechas de género no solo en salarios, sino en oportunidades de desarrollo.
Porque mientras sigamos “arreglándonos solas”, seguiremos reforzando la idea de que ser madre y ser líder es una excepción, no una posibilidad legítima. Y no lo es. No debería serlo.
No hay una fórmula perfecta. Solo la certeza de que ninguna debería sentirse sola en esto. Que maternar y liderar no son caminos opuestos, sino una ruta compleja y hermosa que muchas estamos trazando a la vez. Y que cuando una se atreve, abre el camino para muchas más.