Hace años que escucho y uso la palabra EMPODERAMIENTO.
Ahora lo hago con naturalidad, pero al principio me resistí. Era para mí una traducción facilista de EMPOWERMENT. Hoy lo asocio con habilitar, atreverse, tomar acción, ser protagonista, decidir, sacar tu voz y ser dueña de tu destino, mientras gestiono de manera flexible y fluida mis propias emociones.
Suena a coaching vinculado al desempeño de las mujeres profesionales de élite. Pero va más allá.
¿Por qué limitamos el empoderamiento al ámbito profesional? ¿Qué papel juegan nuestras emociones en este proceso? ¿Cómo enseñamos a las niñas a empoderarse?
Empoderarse es mucho más que ser una ejecutiva exitosa. Es sobre tomar las riendas de nuestra vida, pero hoy se presenta como una obligación social. ¿Es esta presión realmente empoderadora? ¿Qué emociones están permitidas en este mandato? ¿Tenemos hombres y mujeres, niños y niñas los mismos permisos de expresar emociones?
Así surge otra pregunta: Más allá de ser gerenta, ¿cómo se valida el empoderamiento femenino? ¿Qué sucede en el ámbito de las comunidades escolares?
Más allá del mundo corporativo, ¿dónde encontramos el empoderamiento femenino? En comunidades, vemos mujeres liderando en distintos ámbitos, desde juntas de vecinos, sindicatos, centros de padres, comités administrativos en edificios, ollas comunes o de comités para vivienda. Todas ellas están empoderadas en mayor o menor medida, gestionar su liderazgo y emociones a diario y son referentes para las niñas.
¿Qué necesitamos para empoderarnos? Seguridad. Debe ser seguro ser poderosa para que aquellas lideresas adultas y jóvenes, ejerzan su rol con confianza, sin miedo, viviendo en un entorno libre de violencia de género. Esto implica aprender a poner límites de manera asertiva y para eso se requiere autoconciencia y vocabulario emocional. Nosotras las adultas debemos guiar a las más jóvenes a navegar las diferentes emociones y de no satanizar aquellas más desagradables, como la frustración y el enojo, porque también juegan un rol importante en la expresión de nuestros deseos y por supuesto sueños y ambiciones
A menudo, pensamos que la violencia es un problema aislado y que se genera por arte de magia, pero atraviesa todos los estratos sociales y tienen a menudo raíces profundas en carencias de cómo hemos aprendido a gestionar nuestro abanico emocional.
A veces en círculos corporativos obviamos la posibilidad de que mujeres con perfil ejecutivo vivan violencia de género, poniendo el acento solo en conseguir ascensos, negociar mejor y ser asertivas. Esperamos que esto suceda de manera espontánea, olvidando el vínculo que tiene nuestra historia emocional, con el poder y la violencia en cualquiera de sus formatos.
En esos ámbitos, la violencia se suele abordar con reglamentos y canales de denuncia. Pero son los menos y se remite a empresas de vanguardia en equidad. Más escasas aún son las iniciativas empresariales dirigidas a un cambio cultural que permita romper tabúes e incluya educación emocional.
En cada encuentro, charla o taller con lideresas ejecutivas o sociales, adultas o niñas, debemos relevar que lo primero es garantizar espacios seguros, libres de violencia, dónde los aspectos humanos y emocionales naturales de las personas tengan cabida, promoviendo un desarrollo sano de la autoestima, que es un factor indispensable para el empoderamiento.
En este sentido, la ley promulgada este año que garantiza el derecho de las mujeres a una vida libre de violencia, emerge como una condición necesaria para que el empoderamiento de las mujeres y la equidad sintonicen, potenciado con la Ley Karin que acaba de entrar en vigencia que nos empujará a revisar cómo nos relacionamos en el ámbito laboral, desnaturalizando conductas abusivas, que sin querer también ejercemos en nuestros hogares y en el ámbito de la crianza.
Se trata de empoderar emociones sanas para erradicar la violencia y sin violencia empoderarnos para avanzar hacia la equidad, nutriendo el círculo virtuoso de mujeres y niñas poderosas.